miércoles, 16 de diciembre de 2020

LAS ATREVIDAS CLARIDADES DE LUIS EMILIO ROMERO

 

Isaac Morales Fernández. Entre julio y agosto de 2020


NOTA PREVIA: He dejado reposar este texto varios meses por razones políticas, hasta el final del año 2020, en un diciembre pandémico que además se tiñe de una politiquería nacional con la que cada vez me siento menos identificado y me genera desconfianza y rechazo. Reconstruyo, pues, este texto "sin la prisa del tiempo", por el afecto reiterado a la poesía de Luis Emilio Romero.



Tengo en mis manos un libro y una plaquette, ambos de poesía, del mismo autor, ya avisado en el título de estas anotaciones. Se trata del libro Pájaro de noche y de la plaquette Sin la prisa del tiempo. Su autor proviene del oriente venezolano, de un lugar muy poco o casi nada mencionado en la historia de la literatura venezolana: la isla de Coche, una de las pinceladas de tierra que traza en el Mar Caribe nuestro Estado Nueva Esparta, al lado de la más pequeña y famosa Cubagua.


El poeta Luis Emilio Romero es un grato amigo, desde que lo conocí en 2008 en un encuentro de la extinta Red Nacional de Escritores, cuando intercambiamos nuestras revistas literarias. Él con su Tropel de luces y yo con mi ¿al vacío...? Desde ese entonces, pocas veces hemos dialogado y, sin embargo, esas pocas veces han sido afectivas, afectuosas y en plena camaradería, más allá de la simple filiación política. Mucho más que eso, el compartir poético y amistoso ha marcado la pauta de nuestros escasos encuentros. En homenaje a esa distante amistad, respeto y admiración, decido dedicarle unas líneas a esas dos creaciones literarias suyas, que me fueron obsequiadas por él en alguna mesa ebria de nuestra patria...



Pero en el fondo, para ser honesto, no hago mero uso de esa amistad para leer su poesía, sería hacerle un triste favor, de puro amiguismo, que Luis Ernesto Romero no necesita. En realidad sucede que al releer sus textos, ahora con mejor atención, me encuentro ante sus versos como lo hacía Hanni Ossott ante los de Henri Corbin, como lo relata la bella poeta en su hermoso libro Cómo leer poesía. Leo a Romero como si no lo conociera, no sé qué hace a diario, no sé cómo se vive en la isla de Coche, pero una sola cosa, por demás inútil para nuestros fines aquí, sí sé de él. Sé que es Diputado Constituyentista por su estado Nueva Esparta, por su Municipio Villalba, y trabaja en la Comisión de Cultura, y no sé más. Lo que me interesa ahora es que, desde que sé que anda en esas lides políticas, me pregunto qué hace un poeta como él metido en esos asuntos, pues es de sobra sabido que en este país, como en la mayoría, la política como oficio es todo lo contrario y hasta antagónico al oficio de la poesía. Por ello casi me obligo a pensar que si hay cabida para un hombre como él en la Asamblea Nacional Constituyente, esta debe tener algo de bueno, aun con todas las críticas que podamos hacerle a una institución tan meramente coyunturista, para mí lamentablemente ya inocua y demagoga. Por ello quiero sobre todo rescatar al poeta, y al margen de todo eso, decido retomar con curiosidad la obra de Luis Emilio Romero, a partir de estas dos pequeñas publicaciones.




Me topo, en principio, con un imaginario muy idiosincrático, totalmente bañado de las aguas costeras de nuestro oriente venezolano. La poesía de Romero es, ante todo, un cenit, un esplendor solar que, en ocasiones, parece querer deslumbrar como cuando su reflejo estalla en la cima salada de la ola espumosa. El día, en tanto luz, iluminación, es una anunciación, es la buena nueva del eros de los cuerpos que brillan y cobran vida en la libido, con la delicadeza del ave que se suspende en el aire, el "pájaro de noche" que conquista apasionadamente el día "sin la prisa del tiempo". Esta obra que intenta constituirse en una autónoma fuente de luz solar.


RUMOR


Ver la luz el sol de las verdades

seguirá un rumor

de infinitas armaduras

y una nueva ola y su furor

dará al rostro atrevidas claridades

(en Pájaro de noche, 2007, pág.29)


SOLAR

El brillo solar

resplandece

en los techos fulminados

Soy esa pisada

suicida

bajo el centelleo


Su fuego

alto en el silencio

(en Sin la prisa del tiempo, 2010, s/p)


El poeta nos inicia en una marcha poética de verbo pleno de iluminación y, a la vez ilusionismo. El acto de la palabra poética ilumina mediante una ilusión. Esta ilusión lumínica, iniciática, podría ser fallida también y para ello hay que estar preparado para resistir, y justo a eso se nos convoca:


RESISTIR

Debo resistir para que este día

no se agote en mi palabra

Ni siquiera hacerlo familiar

en el instantáneo acto de hablar

o de mentir resignadamente

ante un espejo ilusorio

(Ídem, 2007, pág.9)



¿Un largo viaje del día hacia la noche, como la conmovedora obra de Eugene O'Neill? ¿La vida como proceso de autoengaño y desengaño? ¿La luz nos miente? Poemas como Día continuo, Lejos o Día vertebral nos llevan, primero la compenetración con la luz, la contemplación del día como proceso, transformación, el devenir que avanza. La luz, ese "sol de las verdades", es vida, y por ello es también libido, y por ello se hace cuerpo, piel que reluce bajo el resplandor solar, epidermis que seduce estimulada tras el pincelazo de sol que la hace brillar. Las imágenes se nos hacen sudorosas, accidentalmente seductoras, almibaradas al tacto, con una erótica sublimada hacia el estímulo visual que acaricia, roza, tantea, palpa. La erótica de la luz y la vida se reviste entonces de un decir, germina el verbo, y nace el "rutinario animal / hecho de palabras" así:



TRAYECTORIA DE PÁJARO

(...)

II

En la trayectoria de su canto

germina el día suplicante de otra flor

La claridad hechicera de nombrar

(Ídem, 2007, pág.39)



Pero también el día va anocheciendo de deseo. Es un proceso, un viaje. El día se va haciendo noche "sin la prisa del tiempo". ¿Cómo transcurre una día en la vida de esos 55 kilómetros cuadrados que es la isla de Coche? Como telón de fondo está siempre el mar. Ese único y monótono horizonte que para Virgilio Piñera en su largo y sentido poema La isla en peso se instituye como "la terrible circunstancia del agua por todas partes. En un lugar tan pequeño y literalmente aislado, sólo queda mirar hacia arriba, al cielo, y el cielo es una alternancia eterna entre día y noche, luz y oscuridad, sol y luna. En el día, el azul del cielo sólo es el reflejo del azul del mar, y el mar, a su vez, es el espejo del cielo. En este hermoso juego en que mar y cielo se crean mutuamente, a su imagen y se semejanza, también se reflejan mutuamente el pez y el ave. Estos se ven como espejos, uno es reflejo del otro, pero ¿qué los une?, ¿por qué son espejos? Entre el cielo y el mar, no hay respuesta clara, no hay una revelación, los ojos se vuelven "añicos / ante la puerta hermética / del misterio" (Ídem, 2007, pág. 25), porque en el medio de ellos, el hombre, simplemente, observa:


PÁJARO DE NOCHE

(...)

IV

Lo verás de noche

gesticulando su légamo

Miranda por el ojo de pez

que le respira en el cuerpo

Jadeante

en la noche sin término

presiente su golpe

de piedra en la caída

(Ídem, 2007, pág.36)


Tal vez el misterio tiene que ver con la vulnerabilidad del día. El cielo es vulnerable porque el día que se hace de noche. La luz solar, la fulgurancia del día, que habita el ojo del ave, muere en la noche en el ojo del pez. He allí una relación erótica y tanática a la vez. El pájaro anterior, después demente y averiado, se halla así de deseo, de anochecer, de volverse pez. Hay una relación allí también entre el cuerpo y el tiempo. "Sin la prisa del tiempo" vemos en ambas publicaciones poéticas de Romero, manos, secretos, lugares ocultos, horas atizadas... ¿el día es un cuerpo que anochece de deseo? ¿Lo apolíneo trocado en dionisíaco? Esta es tal vez la relación íntima que se establece en el imaginario de un yo lírico nacido y crecido en las entrañas de la isla, instaurando una poética insular, a la vez aérea y marina, con la tentación apolínea del cielo y la ascensión alada, y la tentación dionisíaca del mar y el inconsciente carnal.