Ensayo


EL MITO DE LA DIFERENCIA ENTRE POETA POPULAR Y POETA INTELECTUAL

“La forma métrica en nuestra época es una de las fórmulas
concretas que se tienen a mano para justificar que todavía
se puede escribir poesía sin tener nada que decir. O sea,
acudiendo a la forma y presentándola como a la poesía
misma. Si hubiese algo que decir, se diría con la mayor
naturalidad, sin tener que pasar por un molde.”
Juan Calzadilla: Libro de las poéticas

“Hacedores de linduras, ved cómo viene el agua por sí sola,
sin necesidad de esclusas; el agua, que es agua para venir,
mas no para hacernos lindos.”
César Vallejo: El arte y la revolución

A propósito de ciertas reyertas vehementes alrededor del tema de la poesía popular versus la poesía intelectual con algunos compañeros de la Red de Escritores Capítulo Miranda, fue inevitable tratar de hallar un punto de conciliación, que nos devolvió a la idea de que la poesía, como habla Julio Valderrey, es una sola, frase acertada que me llevó a la conclusión de que, quien trata de hacer una separación entre dos tipos de poesía, o entre regiones que conforman un mismo territorio, no puede ser más que alguien acostumbrado a exclusiones (si los poetas intelectuales están en X, los populares deben estar en Y), divisiones y conflictos entre partes que, más bien, deberían tener el mismo fin: calidad.

Muchos hoy acostumbran a tener el concepto de que hay unas taxonomías de escritores de poesía que son el “poeta intelectual” y el “poeta popular”. Para ello, quienes argumentan esta idea, toman como premisa que el “poeta intelectual” es aquel que, embestido de estudios universitarios y gruesas bibliotecas que le fue fácil ir adquiriendo, así como adornado de unos cuantos libros que ha publicado, pretende colocarse por encima, en cuanto a importancia y actualidad, del “poeta popular”, que es, por el contrario, aquel poeta que no pudo, por razones bien justificadas, llegar a la universidad o incluso ni siquiera pudo terminar la educación básica o secundaria, pero siempre ha gustado de escribir sus sentimientos y pensamientos en forma poética y, por mala suerte, no ha llegado a publicar nunca porque, casualmente, es rechazado en todas las editoriales o, simplemente, el aparato cultural del Estado no ha logrado dar con él. Esta presuposición, o vale llamarlo prejuicio, parte de la idea, en principio, de que todo poeta intelectual no es más que un académico de mierda, de buena posición social (claro, para comprar el montón de libros que tiene en su casa) que desprecia o rechaza al pobrecito poeta popular jodido que no ha tenido suerte y nadie lo quiere salvo sus fieles amigos. Estas dos ideas las considero rotundamente erróneas y producto de una mentalidad que considera al estudio como un lujo pedante del cual el poeta popular puede –o hasta debe- prescindir. Como quien dice: el rico que siga estudiando y nosotros los pobres lo seguimos criticando por desigualistas. Estemos claros en algo: si un individuo de clase baja no se esfuerza por estudiar o, aunque sea, por tener un trabajo digno, el primero en auspiciar la desigualdad social y económica es él. Es inversamente proporcional y arroja el mismo resultado, el individuo de clase alta que estudia, gana mucho dinero, y se desinteresa totalmente por los problemas culturales y sociales de su entorno. Son las dos caras de una misma situación.

En este orden de ideas, está muy presente en algunos de estos artistas autoexaltados de revolucionarios, que hay que rescatar esa “poesía popular”, entendiendo (ellos, no yo) “popular” como lo más “famoso” o “conocido”, los “poetas populares” que todos conocen y que supuestamente hay que reivindicar. Y es inevitable, un espantoso y retardatario lugar común, que nombren siempre a autores como Andrés Eloy Blanco, Aquiles Nazoa, Mario Benedetti. Los citan de memoria, los alaban y elogian como poetas no sólo populares, sino comprometidos con la causa, preocupados por la situación social de su país y de una gran importancia histórico-literaria. Así, promulgan sus obras, las recitan, las enseñan a cuanto joven tienen cerca, las publican, y por supuesto, las defienden como “verdadero arte revolucionario”. Es obvio que nunca leyeron, y si lo hicieron no fue con atención, a Fernando Paz Castillo, Víctor Valera Mora o a César Vallejo. Tal vez no quisieron comprar sus libros para no pecar de “fariseos” (pensarán ellos, no yo). Como diría Cortázar en su Diálogo con los estudiantes de la UCV, refiriéndose a este mismo problema: “me sublevo frente una idea que en el fondo es una idea demagógica y reaccionaria”.

Yo parto de esta premisa mínima: no se puede tratar de fundar un arte revolucionario volviendo la vista sobre los poetas antirrevolucionarios que ha exaltado y enarbolado la grandilocuente y populachera (no popular) derecha del siglo XX. Dice César Vallejo en sus reflexiones El arte y la revolución, citando a Upton Sinclair: “El artista que triunfa en una época es un hombre que simpatiza con las clases reinantes de dicha época, cuyos intereses e ideales interpreta, identificándose con ellos”. En Andrés Eloy Blanco y en Aquiles Nazoa, harto conocidos por casi todo el mundo, son, y hay que decirlo sin temor a equívoco, los principales protagonistas de una “poesía oficial” (como la entiende Aldo Pellegrini en su excelente artículo sobre la poesía y los imbéciles), que se deleitó en hablar de los problemas del país sin aportar nada realmente. En el campo de las ideas y las filosofías de izquierda, así como en el campo de los movimientos e inquietudes literarias del pasado siglo, no dijeron absolutamente nada nuevo, y entendamos que todo arte de vanguardia es, en sí mismo, revolucionario, porque está a tono con la actualidad y desea siempre superarla o mejorarla. ¿A fuerza de sonetos se podía revolucionar una poesía que ya experimentaba con el verso libre y la prosa? ¿A fuerza de pseudosainetes pueriles se podía revolucionar una dramaturgia que planteaba crudamente y sin eufemismos los problemas sociales y psicológicos del hombre moderno? Definitivamente, no. Si sus intenciones eran sinceras, debieron conformarse con la lucha ideológica, debates, meetings... no venir a engañar a la población venezolana haciéndose pasar por poetas excelsos, serviles a la manipulación grotesca de la expresión literaria en el país, mientras la difusión cultural se pudría de cánceres. Esos no pueden ser poetas populares; son poetas famosos, pero no populares. Son poetas conocidos y reconocidos, pero no por una calidad literaria, sino por el empleo de frases fáciles que simpatizaron con las mismas inquietudes sociales que los políticos de derecha vociferaron de la boca para afuera. En todo caso, y para no negarles algún lugar en la literatura, yo dejaría a Nazoa para lecturas infantiles y preadolescentes, y a Blanco para lecturas de muestra de cómo no se debe escribir hoy en día. Más cierto es que es totalmente contradictorio que se abogue por los poetas populares, que no pudieron mejorar y perfeccionar su arte para poderlo publicar, promoviendo la lectura de los poetas que más palabrería vacía publicaron sin facilitarle oportunidades a nadie.

     Muy diferentemente a lo que piensan los que intentan separar “poesía popular” de “poesía intelectual”, yo creo que lo urgente ahora es, precisamente, tratar de que todos los poetas, es decir, toda la poesía sea tanto popular como intelectual. Por ejemplo, hay que dar a leer a los estudiantes y a las comunidades la obra de Víctor Valera Mora, que es tal vez el mejor ejemplo de un poeta popular e intelectual a la vez. Y si queremos que sea aún más popular, distribuyámoslo. La mayoría de las personas que recitan de memoria a Nazoa, queriendo aunarse a una revolución que lamentablemente no terminan de entender, no tienen ni idea de que “El Chino” Valera Mora es el verdadero poeta comprometido y, a la vez, vanguardista de la literatura venezolana. Incluso, hagamos que poetas de tanto renombre intelectual como Ramos Sucre sean conocidos y reconocidos por las comunidades. ¿Acaso el Shakespeare que los académicos conocen tan bien no es el mismo Shakespeare popular y reconocido por todo un pueblo? ¿Acaso el Whitman que los académicos conocen tan bien no es mismo Whitman popular y reconocido por todo un pueblo que ya está pensando en la revolución posible?

Deberíamos pensar que cuando un poeta “intelectual” critica severamente o no lo que escribe un poeta “popular”, no lo hace porque sea un aristócrata, porque tiene estudios universitarios que lo acreditan como frustrador de poetas no académicos, seguramente lo hace porque, en efecto, la escritura de éste no tiene nada de revolucionario. Por supuesto que no se debe tampoco prohibir que se escriba poesía en las formas clásicas, pero no es algo que se deba promover. Sería como querer regresar a una especie de oscurantismo formal del cual la poesía se libró hace mucho más de un siglo, sería querer encerrar a la poesía otra vez en las mazmorras de la métrica, la estructura fija y la rima. Las formas clásicas, como parte de nuestra herencia histórica universal deben conocerse como algo que fue, algo que tuvo armonía con ciertas épocas del mundo, pero que fue perdiendo vigencia en la medida en que las sociedades se fueron transformando. La métrica y la rima, como el jubón y el corpiño, son fósiles de una historia harto conocida, que simbolizaron todo aquello que mantenía a los pueblos dentro de cánones inalterables, que se oponían fieramente a la espontaneidad de la palabra, a la espontaneidad del cuerpo. No se puede seguir propiciando el 90-60-90 para la poesía. La poesía verdaderamente moderna, vanguardista, revolucionaria, innovadora y contestataria disfruta de la grasa, la flaccidez, la falta de medidas obligatorias. Su principal regla es la ausencia de reglas: esto es lo que hay que popularizar. Enseñarle al pueblo a escribir y sobre todo a leer literatura no es pedantería ni aristocracia, es precisamente querer socializar el conocimiento. Si la literatura no fuera un área del conocimiento no tendría valor alguno en la sociedad y, por lo tanto, no requiriera de arduo estudio. Yo quiero que el pueblo lea, y en la misma medida me encantaría que el pueblo escribiera. Una sociedad lectora y escritora (así sea de diarios personales) es una sociedad culta, una sociedad inalienable, inengañable e insobornable. Además, una sociedad conciente culturalmente es una sociedad pacífica, libre y trascendente. Pero leer no es leer el periódico todos los días, es leer libros también. El libro debe instaurarse como artículo de primera necesidad en toda familia. Si el cincuenta por ciento de una sociedad conoce de A.E. Blanco, apurémonos a que una cantidad mucho mayor conozca de Valera Mora, de Paz Castillo, de Vallejo, de Ramos Sucre... y así nos desharemos de ese prejuiciado mito de que los poetas intelectuales no son populares ni viceversa. Basta de separatistas de poesía.

Lecturas citadas:
Aldo Pellegrini: Se llama poesía a todo aquello que cierra la puerta a los imbéciles.
César Vallejo: El arte y la revolución.
Juan Calzadilla: El libro de las poéticas.
Julio Cortázar: Diálogo con los estudiantes de la UCV. 21 de octubre de 1974.

(Ensayo publicado originalmente en la revista ¿Al vacío...? Nº10.
Santa Teresa del Tuy, julio de 2008)

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