Narrativa


TRASH METAL

A la memoria de Pedro Luis Abreu Mejías “Matosito” 

“don’t tell me what to do,
I don’t care now, cause I’m on my side
and I can see through you
Feed my brain with your so called standards.
Who says that I ain’t right?
Break away from your common fashion,
see through your blurry sight”
Metallica: Escape

“You can’t take me out of my hell,
You can’t take the hell out of me”
Overkill: Necroshine

  Como si supiera lo que le iba a pasar doce años después, Cándido (era su apodo, no su nombre) me pidió que lo acompañara al concierto de Lengua Muerta y Obelisco. Yo le había dicho el día anterior que esa banda, Obelisco, no me gustaba mucho (eran medio fresa), y Lengua Muerta eran harto conocidos, tocaban siempre las mismas canciones, tenían dos años tocando y no habían reemplazado ni una canción de su repertorio, y ya yo prefería ver otra cosa. Eso se lo volví a explicar, le dije que incluso me habían dado ya una entrada, pero no quería ir. Él me dijo que no fuera gafo y acudiera al concierto aunque fuera sólo para estar con los panas. Dicho eso pronunció la palabra “además” y me mostró la botella de ron Cacique que llevaba escondida bajo la chaqueta y metida en el pantalón. Cándido sabía convencerme. Accedí, pero le dije que me estaría tranquilo en el concierto porque esas bandas no me provocaban meterme en la olla de slam. Él me dijo que yo sí era marico y agregó “vamos pues”.

La ventaja de los rockeros de pueblo es que todos los toques les quedan cerca, a menos que sean en las afu eras, pero este era a unas cuatro cuadras de donde estábamos: en la plaza Bolívar. Cuando empezamos a caminar pasamos cerca de otro grupo de rockeros y una de ellos, Samanta, llamó a Cándido. Este se detuvo al oírla y ella se acercó.

- ¿Tú vas al concierto?
- Sí.
- Hace rato bajo William. –Samanta me saludó con un beso en la mejilla pero sin prestarme mucha atención.
- ¿Sí?
- Sí. ¿Vas a ir igual?
- Bueno, voy acompañado –obviamente se refería a mí.
- ¿Por qué? –no pude evitar intervenir en la conversación- ¿Te pasó algo con William?
- ¿El bobolongo este no te ha contado?
- No. –observé intrigado a Cándido quien al tiempo me pasaba la botella.
- Se agarraron a coñazos en estos días ahí. –Samanta señaló con un gesto labial un lugar específico de la plaza, cerca de la pared lateral de la iglesia.
- Coño, me entero. ¿Y eso? –le pregunté a Cándido y me eché un trago.
- Pendejadas.
- Por una guitarra. –intervino Samanta-

En ese momento se acercaron los otros que estaban entretenidos entre risotadas. Devolví la botella.

- Vamos pues que ya debe haber empezado. -dijo uno de ellos, creo que se llamaba Francisco.
- ¿Estás cagado por William? –dijo el otro, Carlos- Tranquilo. Si se mete contigo, lo jodemos.

    Es que Cándido, aparte de tener mucha fama de pacífico, de esos borrachos que quieren y aman a todo mundo indiferentemente del sexo, era de muy baja estatura, mientras que el tal William tenía fama precisamente de todo lo contrario y su estatura también era exactamente contraria a la de Cándido. Para nosotros, William ni siquiera era un rockero de verdad.

- Sí va. –agregó Francisco.
- Bueno. –terminé fingiendo una valiente decisión- Vamos a bajar, pues.

     Bajamos las cuatro cuadras y ya desde dos esquinas antes del recinto se escuchaba el estruendo de la música. Sin embargo el concierto no parecía haber empezado porque lo que sonaba era la conocida canción instrumental de Metallica, Orion. También había varios muchachos afuera, sentados en las aceras, y entre ellos pudimos ver a William, entre sus amigos, algunos en común nuestros, otros definitivamente no. Estuvimos un rato en conversación vacía con otros panas, cerca de la puerta del recinto. Ya el ron comenzaba a hacerme efecto porque no había comido desde la mañana. Era inevitable cierta tensión entre nosotros, todos buenos amigos y casi protectores de Cándido, y, en la acera de enfrente, William y compañía. Uno de los que estaba con William, Cubillas, se nos acercó y nos saludó a todos. Luego se dirigió a Cándido:

- William quiere joderte.
- Yo sé.
- Yo le dije que lo dejara así, pero dice que tú le faltaste el respeto y a él nadie le falta el respeto. –Cubillas tenía cierto tono entre burla y comprensión a la bestia que era William.
- Porque él es un abusador.

     A todas estas, yo no entendía nada porque aún no me habían contado.

- ¿Y por qué no le pides disculpas?
- Él no tiene por qué pedirle disculpas al bicho ese. –increpó explosiva Samanta.
- Bueno, yo sólo decía que… -Cubillas se calló en seco cuando una gesto y la voz de Francisco lo interrumpió.
- ¿Con quién estás?
- Yo no estoy con nadie, mi pana. –dijo Cubillas rápidamente- Yo sólo quiero que no peleen. Los dos son amigos míos.
- Bueno ¿y qué haces tú aquí, chico? –volvió a atacarlo Samanta- ¿Tú eres ahora el mensajero de William?

     Consideré que aunque las intenciones de Samanta eran buenas, si seguía alzando la voz iba a terminar por invocar al diablo que estaba a escasos metros con una cerveza en la mano y varias en el estómago. Entonces me di cuenta de que Cándido se había venido tomando la botella de ron muy rápido, pasándomela a mí a cada rato. Comprendí que también por eso ya yo estaba mareado. Samanta no tomaba, y Francisco y Carlos llevaban su propia botella de anís Cartujo y no habían mostrado interés en el ron. Yo, en el medio, había bebido de ambos licores y la realidad me empezaba a lucir rara, como amplificada en sonido e iluminación nocturna. Estaba prendido. Le hice señas a Samanta de que bajara la voz. Ella me hizo gesto con la mano para que dejara el fastidio. Casual o precisamente en ese momento se acercó Doble-Loco y me dio una cerveza.

- ¡Chamo!, ¿qué pasó? –me saludó alegre, por no decir más prendido que yo.
- Aquí, con este peo.
- ¿Con William? No le paren bola a ese cabrón. Ese no me aguanta a mí una pela. Ya yo le dije que si se volvía a meter con Cándido, se las iba a ver conmigo. –esto último lo dijo golpeándose el pecho con la palma de su mano como un gorila.
- Okey, pero baja la voz, chamo… -le dije, mientras Samanta seguía discutiendo con Cubillas. Ya había tres conversaciones cruzadas en el mismo grupo, porque Carlos Francisco ya hablaban sólo inspirados por el anís. Sonaba una canción que no lograba reconocer, tal vez de Testament.

     Lo peor aún estaba por venir. Llegó Jenny a saludar a su especial amiga Samanta. Jenny venía con su novio Disgustado, junto a Niño-Rata y Gabi que tenían tres días de empatados y lo rockero duro se les había ido para los pies de lo cursis que andaban. Venían bebiendo nada más y nada menos que whisky que había comprado Niño-Rata en el colmo de su enamoramiento, y en consecuencia venían los cuatro ya  medio prendidos también. Samanta, Jenny y Gabi se abrazaron como si del día anterior a este hubieran pasado décadas. En seguida, Samanta inició la explicación a los cuatro recién llegados del problema o la amenaza de William contra Cándido. Ya sonaba otra canción dentro del recinto, Woodpecker from Mars de Faith No More. Pensé: “¿será una selección de trash metal instrumental?” Los humores estaban alterados, sobre todo teniendo entre nuestros aliados a Disgustado, cuyo carácter estaba perfectamente expresado en el apodo que ni siquiera otro le había puesto sino él mismo. Niño-Rata me dio whisky, desatendiendo totalmente mi advertencia de que ya había bebido varias cosas y de que tenía aún la cerveza en la mano. Yo también desatendí mi propia advertencia. Siguieron discutiendo entre todos, yo a veces también metía mi cucharada pero chistosamente, trataba de distraerlos del problema y hacerlos entrar al local, pero ahí ya nadie le hacía caso a nadie y William me parecía que estaba como más cerca de nosotros o como montado sobre una especie de tarima. Comenzó a sonar la versión del Frankestein de Edgar Winter interpretada por Overkill y pensé: “Sí, definitivamente debe ser una selección de trash metal instrumental. ¡Qué de pinga! Quiero esa grabación”. Finalmente Cubillas se fue de nuestro grupo y se metió al recinto. Yo intenté irme detrás de él, pero Cándido me pasó la botella con el último trago y no pude menos que sentirme agradecido. No sé qué fue lo que dijo Cubillas antes de irse, pero sí sé que dijo que tampoco se iría con William, y agregó ya alejándose de espaldas: “¡Mátense si quieren!”

- ¡Qué de pinga! -seguía yo disfrutando la música al tiempo que me preocupaba el creciente e inentendible alboroto.
- ¿Qué de pinga qué, chico? ¿Tú estás loco? –me inquirió Samanta que increíblemente me había oído, lo cual me hizo dar cuenta de que había pensado esa frase repetidas veces hasta que se me salió en voz alta.
- No… La música. –dije excusándome sonreído imbécilmente.
- ¡Si te parece tan de pinga, ¿por qué no te vas a unir a la patota de William?! –me gritó sorpresivamente Doble-Loco, apabullándonos a todos. Por algo le decíamos así.

     Instintivamente, al escuchar su nombre en tan alta voz, William se nos acercó. Yo lo veía como agigantado, como un Eddie de Iron Maiden sobre el escenario. Me eché el último trago de cerveza cuando sentí que alguien detrás de mí me echaba a un lado. Casi me caigo, pero Gabi me sostuvo y me empujó para separarme de sí. Cuando levanté la vista o desperté de un letargo fugaz, estaban Disgustado, Doble-Loco, Niño-Rata, Francisco, Carlos y Cándido dándole el frente a William y otros seis tipos. Me di cuenta de que faltaba yo en la alineación así que, por automatismo, me puse al lado de Cándido. William venía ya con botella quebrada en mano diciendo algo que no le entendí. Desde mi ángulo, su cara me la cubría un velo de luz proveniente de un poste, y la bulla alrededor comenzaba a acrecentarse. Disgustado le dijo otra cosa que tampoco entendí, sólo sé que terminó con el insulto “marico”. Luego vi a Doble-Loco quitarse la franela de Kreator que traía puesta y se adelantó, iniciando los primeros puñetazos. Allí todo se desordenó. El que me tocaba a mí yo ni lo conocía. Le lancé un puñetazo a la cara que sólo golpeó el aire. En cambio, me devolvió una patada en los testículos que terminó tempranamente con mi participación en la tangana. Tirado en el suelo, sólo veía pies, algunas patadas me propinaron, hasta que sentí me arrastraban sacándome de la pelea. Eran Gabi y Jenny. Cuando las vi me di cuenta que faltaba alguien: Samanta también estaba metida en la pelea. Pensé en lo atractiva y femenina que era y no podía creer que la viera en semejante infierno. Me recostaron en la acera y las dos se fueron a meter en la pelea también. Quedé perplejo cuando vi que Gabi llevaba una pedazo de bloque de arcilla en la mano. Yo busqué en la cuneta alguna botella, una piedra o algo, pero, como nunca, la cuneta estaba límpida. Y no podía pararme. De hecho, no podía ni hablar del dolor en los genitales. Lo que más lamentaba era que la música se había detenido. El pleito alocado siguió por varios minutos mientras los caídos en batalla seguían aumentando de lado y lado. En eso, llegó la policía, pero la pelea continuó como si nada. Dispararon al aire y se disiparon los peleones. Allí me di cuenta de que William estaba tirado en el suelo, sangrando por el abdomen y llorando como niña. La policía se los llevó a todos, excepto a mí que estaba totalmente fuera de combate aún. Una ambulancia se llevó a William y a otro que estaba también tirado en el suelo. Yo me quedé tirado de la borrachera y otros panas se sentaron cerca de mí a chismear. Minutos después, Samanta regresó sola y me recogió de la acera. No pude evitar un ataque de risa que me mereció un regaño de mi amiga. El concierto iba a empezar con los pocos que estaban dentro y no habían salido durante la golpiza. Samanta me introdujo al recinto y me dijo seca:

- William está bien. La herida es superficial. ¿No  has visto a Cándido?
- No. –balbuceé.
- Se fugó no sé en qué momento. Pero jodió a William. Para que no siga sometiendo a todo el mundo.
- Con la botella de ron, ¿verdad?
- ¡Claro!
- Coño, con razón no la encontraba… -y solté una risita de idiota.

Pasados como tres meses, estábamos Doble-Loco y yo sentados en un banco de la plaza conversando cuando vimos venir a Cándido. La sorpresa fue tremenda. Seguimos conversando amenamente. Nos contó que se había ido a casa de una tía en La Guaira para alejarse del ambiente por un tiempo. Nos preguntó por William, pero no lo habíamos visto desde hacía como un mes. Se había recuperado de la herida, había ido a la plaza un par de veces más, saludando a todos con naturalidad, como si nada hubiera sucedido, y después no habíamos sabido más nada de él.

     Algunos años después me lo encontré en el Metro de Caracas, pero no nos dirigimos la palabra. Tenía entonces el cabello corto, no vestía ropa rockera y parecía estar trabajando de obrero o algo así a juzgar por el bolso de jean sucio que cargaba y lo manchado de sus pantalones también. Más nunca lo he vuelto a ver. En cambio, Cándido y yo no seguíamos viendo con cierta frecuencia. La mayoría de las veces sólo fue de saludo. Se casó, tuvo dos hijas y dejé de verlo. Ahora, doce años después de aquella golpiza, Cándido, o mejor dicho, Pablo Lares, luego de haber trabajado dos años como vigilante, fue asesinado en circunstancias extrañas. El cuerpo fue hallado en la puerta de su casa con varias puñaladas en el estómago. Estoy leyéndolo en el periódico local intentando tomar un café en la plaza, justo antes de entrar al trabajo en la zapatería… Me entristece mucho, no sé cuál de los dos tuvo mejor suerte...

(Publicado originalmente en la Revista ¿Al vacío...? Nº16.
Santa Teresa del Tuy, julio de 2010)

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