"Toda la vida del poeta se va en la
hechura de un solo poema, siempre buscándolo, averiguándolo, resquebrajando sus
sienes, y entonces sucede que, en una hora inesperada, en un lugar con
significativa simpleza, sale un verbo en alquimia perfecta con un adverbio o un
sustantivo, o cualquier palabra; y cuando esa omnipotente palabra,
invisiblemente omnipresente a lo largo de su vida, es expulsada como la mejor y
peor secreción interna, al poeta sólo le toca morir. Por ello mueren los
poetas, por eso viven. ¿Algún día llegará?, se preguntan. Es como la trama de
una novela en que ese verso es el clímax, y después, todo prologa a la muerte.
En ese sentido, el poeta es el visionario que soñó Rimbaud, y el hombre que
dijo Rilke, al poeta ha sido regalado el don maldito de saber cuando la muerte
viene, el mismo que le regalase Apolo a Casandra y por el cual la creerían
loca. Por esta razón –o sinrazón- es que no tiene nada de caprichoso que todo
poeta tenga poemas fúnebres, poemas próximos al “flébil paroxismo” de
Netzahualcóyotl, pues la muerte da significado a la vida. Más aún, quizás la
muerte sea la que mantiene viva a la vida. Santa Teresa lo sabía, y Horacio le
dijo que aprovechara el día, carpe diem, ese día que no tardaría nada en
morir, porque fiarse del siguiente sería un exceso de vida, un asesino latir
extrarrápido del corazón, un nociva hiperventilación.
Vivir,
pues, parece no ser otra cosa que comenzar a morir. A medida que utilizamos la
vida, ésta se va acabando, como si una batería de energía fuera la base de
todo.
Tomé esta fotografía en 2007 en Bellas Artes. Obra de un artesano |
De
todo esto, se puede deducir que un escritor que puede vivir sin escribir, no es
un escritor, mucho menos un poeta. Para ser poeta es necesario amar y odiar a
la poesía y a los poetas, con tanto fervor, que todo lo demás se hace
secundario. Petrarca pudo vivir sin Laura, pero nunca hubiera podido vivir sin
escribir, y más aún, murió escribiendo una falsa esperanza del más allá, pues
su paraíso era Laura, no Dios. No es necesario, entonces, ser místico para ser
poeta. No se trata de eso. Se trata de ser un enamorado de la poesía. Petrarca
amaba más a su poética relación con Laura que a Laura misma. Es necesario amar
la poesía que hay en cualquier cosa. Cuando el poeta ama a una mujer (o
simplemente cuando un o una poeta está enamorado de otra persona), es porque
ama la poesía que hay en ella, más que a ella misma. Por eso a los poetas, a
veces, los abandonan quienes ellos más aman. Es necesario que la amada sea increíblemente
humana y real para que el poeta la ame. Lorca lo expresó bellamente: “poesía
eres tú”. Dicho con él, el poeta ama lo “duende” de una mujer. Y así es con
la tierra entera. Donne y Hemingway tenían claro que amaban la poesía de su
madre tierra más que a la tierra misma. Y es que lo poético da significado a
las cosas, y el poeta es un cautivo de los significados y simbologías, pero no
como un científico lingüista, sino como un niño que está en una eterna iniciación
a la comprensión del mundo, en una constante batalla por entender lo poético.
Por
ello, y volvemos al principio, los temas más relacionados entre sí, y quizás,
los temas que dan origen a todos los demás, son amor, muerte y guerra. La Ilíada es guerra y
muerte, y la Odisea
es amor y muerte. El tema griego es la muerte, el tema medieval es el amor, y,
debajo de ambos, está la guerra, y de allí en adelante, todo es mezcla y
variación de ellos.
Esto
es, en parte, el corpus del poeta, o cuando menos, el modus operandi.
Además, el poeta no puede prescindir de ninguno de esos temas, aunque lo
intente. El poeta está destinado a amar, a encontrarse en una constante lucha
con la vida, en una constante preparación para la muerte. Se puede prolongar la
vida, pero jamás será mucho. Lo único aparentemente eterno podría resultar ser
un poema, y eso es lo que el poeta busca: un poema que le sobreviva, un hijo
que viva."
Isaac Morales Fernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario