domingo, 4 de noviembre de 2012

“Aquella palabra que puede encender o apagar otro fuego”



Brevísima nota sobre el libro Pirografías del poeta ecuatoriano César Eduardo Carrión

Por Isaac Morales Fernández


     Poesía escrita a la luz de la vela. Esto es lo primero que pienso al cerrar la última página de este excelente poemario, que queda prácticamente pirograbado a la corteza de la memoria. Pero Pirografías (Editorial Gescultura, Colección “La Lira de Orfeo”, Quito, 2008) no es la luz que nace de las sombras, ni el fénix, ni la vela nocturna (“Aunque hablen de la luz, la sombra cierne mis palabras”), sino tal vez el juego de sombras a la luz de la vela. Se considera que las primeras pirografías (escritura a base de fuego) fueron las que realizaba el hombre de la Edad de Piedra al acercar pequeñas antorchas a las paredes de las cavernas para grabar alguna imagen, algún mensaje, alguna cosmogonía. Entonces, ya el fuego no guardaba ningún secreto prometeico para el hombre.

     En las Pirografías de Carrión, desde el primer verso ya se condensa todo el poemario: “busco la piedra en el claro del bosque”. Se destaca lo seco, mustio y muerto que revive como energía pura en medio de la luz vital: “la piedra / adquiere la figura de otro pájaro”. Más aún, la madera seca y muerta es la que produce el fuego: “El bosque ya es leña entregada al vacío”. Y, por supuesto, este vacío es energético, fértil; pero también es caldo original, materia primigenia, orden a partir del caos.

     Pero también Pirografías se parece a una persiana que se abre y se cierra, vista desde la oscuridad del bosque, tal y como lo que somos: un animal que acecha. O tal vez al vuelo del ave que hace juguetear a los rayos del sol, y bajo ese tenue y errático juego de luces y sombras, todo se pudre, pero no para morir, sino para fermentar y transformarse en algo nuevo:

     Entre miles de caminos que atraviesan este bosque
                                                 prefiero este sendero
     perdido en la enramada
     (…)
     Encuentro mi silueta entre las ramas
     mutilada por la sombra de los árboles

     Vemos todo desde el suelo del bosque. Vemos las altas ramas y las aves haciendo sombras chinescas, formas deformadas (de nuevo la piedra que figura ser pájaro), erráticas, tal vez terroríficas, seguramente inquietantes. Vemos todo con el asombro que lo vería un niño abandonado en medio de la hojarasca húmeda sobre el detritus de los suelos. ¿Quién no ha entrado jamás a una edificación abandonada, convertida en escondite de aves, reptiles e insectos, y con cintas solares que más que iluminar, agudizan la oscuridad de allá donde no llegan? Así se ven las cosas cuando el hombre no coloca su deslumbrante y enceguecedora mano encima. La sensibilidad pone a prueba a la razón.

     Se trata, pues, de una visión muy primigenia, tan primordial como el hombre de piedra pirograbando la caverna en eso que llaman con simpático lugarcomún “los albores de la humanidad”. Así, leyendo este libro volvemos a ser el homo sapiens en ciernes, protosocial, en armonía con una naturaleza inhóspita a la cual era necesario respetar y temer (rendir culto) para sobrevivir. Yo leo Pirografías asombrado como un bebé en eterna y penosa habituación a la luz del día, con los párpados adoloridos:

     Hablo de la sombra que produce el haz de luz
     y no del haz de luz,
     porque verlo me deslumbra

     Es, en síntesis, el claroscuro de la vida, acaso el principio omnipotente del yin y el yang, la base dicotómica de la creación universal, la búsqueda del equilibrio entre el blanco y el negro, el punto de unión absoluta entre el fuego y la piedra (o la madera, o la piel).

     Pero aún me queda una cosa más por decir. Para mí ha sido imposible no dejar de pensar, mientras avanzaba en la lectura de Pirografías, en una fotografía (¡vaya otra arte gráfica que precisamente tiene mucho que decir sobre la sombra y la luz!) del fotógrafo venezolano Geczaín Tovar Andueza, de la muestra La persistencia en el blanco y negro, Serie Rural, presentada durante la 8va exposición del Centro Nacional de la Fotografía de Venezuela, entre abril y mayo de 2006. Tentáculos solares pirograbando las estancias lúgubres, acentuando irónicamente las oscuridades, todo visto por ojo asombrado desde la sombra. Con esto termino:


2 comentarios:

  1. Excelente nota. Y lo mejor es que uno siempre queda con las ganas de tener el libro y leerlo completo. Es que lo pienso en voz alta: éstos libros, ésta poesía, debe ser conocida en toda Latinoamérica. Ecuador tiene una poesía sorprendente y de registros muy variados.
    Voy a tener que tomarme el abuso de pedirte una cajita con varios libros que debo tener. La selección la dejaría a tu citerio, siempre y cuando vengan también uno o dos de tu autoría.
    Saludos, hermano tuyero. Te sigo leyendo.

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  2. Muchas gracias por tu eterna atención, Omar. si puedes, hazte seguidor del blog. Y sí, Ecuador no sólo tiene mucho en poesía, sino que en narrativa tienen a Jorge Enrique Adoum y su novela "Entre Marx y una mujer desnuda. Texto con personajes", que es una obra asombrosa desde todo punto de vista...

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